viernes, 27 de mayo de 2011

Destino cruel para joven primavera

Eran buganvillas
y siempre al mediodía hacía sol.
Tu entrabas, yo salía,
puede que fuera al revés.
Me llamaste tu
con la voz de quién se sabe ojos inmensos
a quien no se le puede negar la oscuridad,
ni siquiera la luz mal digerida.
Aunque quizás te llamé yo,
pronuncié tu nombre con soberanía de eses,
dejando escapar su murmullo de sal.
En medio había una verja poderosa,
dónde se enredaban silenciosas las mentiras que uno sólo dice cuando todavía va al instituto.

Yo sabía que la verja era invencible.
Sólo sentí el temblor del óxido
al acercar mi mejilla contra el hierro,
tus ojos al otro lado cerrados,
como esdújulas mordiendo a las vocales
y el labio insistiendo en el labio
con sonido de madera rota y de agravio húmedo.
No más nubes.
Siempre hacía sol al mediodía.
Tu y yo nos besamos.
Y entonces las ví:
manadas de buganvillas salvajes
a punto de devorar la verja,
a punto de devorarnos con sus raíces de marzo
y su tintineo fucsia acostumbrado al terror.
Tu lo confesaste todo al cabo de los años:
Antes de que pudiéramos mirarnos,
ellas ya nos habían convertido en recuerdo.

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