martes, 25 de octubre de 2011

una tarde de febrero de repente empezamos a crecer

En aquella época no teníamos dolores, todavía,
sólo dientes muertos,
sudor de nectarina.
En aquella época no leíamos a Bukowsky, todavía
pero teníamos orejas hambrientas de lenguas diminutas
botones de trenca inglesa mal interrumpidos
por ejércitos de dedos zurcidos de padrastros.
En aquella época no íbamos al cine los domingos, todavía.
pero teníamos el retraso de un autobús
de número incorrecto,
el hoyuelo indiscreto de tu mejilla insonora,
sólo la voluta de humo inventada
por el trajín de ciertas bibliotecas.
Y la gota de tarde derramada en el reloj
que  medía el pequeño triunfo de los verbos.
El dolor fue el agravio ferratoso,
todo lo contrario a estar vivos,
que no significaba estar muertos del todo,
todavía.

4 comentarios:

  1. me gusta esa frase: "pero teníamos orejas hambrientas de lenguas diminutas".

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  2. Estar muertos creo es regar las plantas con afrecho en vez de alma.

    Abrz.

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  3. ¡Oh, aquellos días!¡Cuánto daría por volver ha aquella época de candidez suprema, antes de todo esto!

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